Llueve y estoy aquí esperando a que lleguen mis hijos para comer. La verdad es que me dan ganas de coger el coche y recogerlos a salida del instituto, en cinco minutos estarían en casa... pero no... debo aguantarme. Hace ya un tiempo que quiero parar de hacer cosas por ellos, y que conste que ellos no lo demandan, que soy yo quien quiere hacerlo y quien debe aguantarse las ganas. Porque, es cierto, se lo ponemos todo en bandeja y a veces incluso ellos se hartan de tanta facilidad.... a lo mejor prefieren mojarse y saltar charcos a que su madre les lleve calentitos a su vera.
Es lo que tiene el progreso. Ya nunca tuve opción. Mi madre no tenía ni coche ni carné y mi padre, con coche y con carné, trabajaba a turnos y yo creo que lo último sobre la tierra que se le hubiera ocurrido en su día libre, era mover el coche para irnos a buscar por la lluvia... pero si siempre llueve en Santander. Así que todos hemos salido andarines y saltacharcos... Unas katiuskas de las que se te quedaba el calcetín arrugado en la punta del pie y un chubasquero con la capucha bien prieta y a hacer kilometros... porque, al comer en casa, nos hacíamos la ruta cuatro veces al día. ¡La de lluvia que he visto caer! a veces en forma de ríos y torrentes por Camilo Alonso Vega, y luego cuando llegabas chorreando a clase, a esas clases de 40 alumnas con uniforme, solo te esperaba una estufa de butano como fuente de calor. Sí... ¡cuántos mocos! ¡cuántos dolores de garganta!
Pero no sé, a pesar de todo, deja huella eso de ir andando y solo al colegio, protegerte de la lluvia, cruzar los pasos de peatones, huir de los gabardinos (había uno cerca del colegio Ramón Pelayo que creo que le podría reconocer por su po..a pero no por su rostro.) Te hace ser independiente, aventurero... sin embargo, no sé qué decirte de los peligros de la calle... a mí, y a muchos otros nos tocó sufrirlos.
En fin, os dejo que ya llegan por la puerta y tengo hambre.
Es lo que tiene el progreso. Ya nunca tuve opción. Mi madre no tenía ni coche ni carné y mi padre, con coche y con carné, trabajaba a turnos y yo creo que lo último sobre la tierra que se le hubiera ocurrido en su día libre, era mover el coche para irnos a buscar por la lluvia... pero si siempre llueve en Santander. Así que todos hemos salido andarines y saltacharcos... Unas katiuskas de las que se te quedaba el calcetín arrugado en la punta del pie y un chubasquero con la capucha bien prieta y a hacer kilometros... porque, al comer en casa, nos hacíamos la ruta cuatro veces al día. ¡La de lluvia que he visto caer! a veces en forma de ríos y torrentes por Camilo Alonso Vega, y luego cuando llegabas chorreando a clase, a esas clases de 40 alumnas con uniforme, solo te esperaba una estufa de butano como fuente de calor. Sí... ¡cuántos mocos! ¡cuántos dolores de garganta!
Pero no sé, a pesar de todo, deja huella eso de ir andando y solo al colegio, protegerte de la lluvia, cruzar los pasos de peatones, huir de los gabardinos (había uno cerca del colegio Ramón Pelayo que creo que le podría reconocer por su po..a pero no por su rostro.) Te hace ser independiente, aventurero... sin embargo, no sé qué decirte de los peligros de la calle... a mí, y a muchos otros nos tocó sufrirlos.
En fin, os dejo que ya llegan por la puerta y tengo hambre.